
Relatos de aventuras
Cuando despertó no sabía dónde se encontraba, ni cómo había llegado allí. Sólo recordaba haber estado tomando un té de regaliz, exquisitamente bueno por cierto, en la taberna de los pájaros.
El lugar era oscuro, y olía a humedad. El silencio alrededor era rotundo, penetrante, absoluto. No podía ver nada a su alrededor.
Se percató de que un hilo de luz entraba a unos diez metros de altura, sobre el nivel en que él estaba. Antes de siquiera pensar en alcanzar esa pequeña abertura, sabía perfectamente que no llegaría, que no estaba en ese lugar por casualidad. Ahora, debía encontrar la forma de salir de allí, y sabía que la aventura de conseguirlo, sería merecedora de un relato épico que algún día se escribiría en libros, y los lectores creerían que todo fue producto de la imaginación de un escritor.
Los ojos se fueron adaptando poco a poco a la luz del lugar. El olor a agua no era desagradable, sin embargo, nunca había notado la presencia tan fuerte de un aroma en su nariz.
Palpó el suelo con las manos, era rugoso, un poco arenoso. Estaba frío.
Como no sabía hacia donde caminar, se sentó. Enfocó su atención en sus ojos, como muchas veces antes había hecho justo antes de dormir, intentando que estos se adaptaran a la oscuridad. También contuvo la respiración, para evitar que el sonido de sus inhalaciones enturbiara la información que recibía a través de sus oídos. Y tras unos minutos bajo completa concentración, pudo escuchar unas vocecitas, a lo lejos.
No entendía el idioma, pero las voces eran infantiles. Incluso parecían graciosas. Prestando mucha atención, pudo diferenciar tres voces. También se percató de que cada vez se oían más fuertes. No parecían hostiles, por lo que no se movió del sitio. Además, tampoco sabía si a tres pasos podía haber un hoyo abismal donde poder caerse.
A lo lejos, al cabo de unos minutos, una luz comenzó a perfilarse, creando destellos que rebotaban en las paredes iluminando la estanca cueva donde se encontraba.
Tres pequeñas criaturas aparecieron al fondo del cubil. De los tres, el que iba en medio, portaba un candil.
No, es una humana - Dijo otro.
Y qué más da - Dijo el tercero.
Los ojos penetrantes y vivaces del ser humano que tenían allí delante no eran comunes. Reflejaban una paz interior extrema. Destilaban felicidad, y ocultaban secretos que aterrarían a las sombras de aquel lugar.
Continuará...
duhnn